El muro de Carraovejas nos recuerda quiénes somos
El muro de Carraovejas nos recuerda quiénes somos
En las fotografías de los años 60 y 70 un muro aparece en el límite de la parcela de Carraovejas. Esta demarcación histórica, según cuentan lenguas locales, viene de siglos atrás, cuando estas tierras se entregaron a un convento segoviano que las trabajaba por separado. En la búsqueda de mantener todo lo que nos ha traído hasta aquí, los últimos meses los compañeros del equipo de elaboración de Pago de Carraovejas, se han dejado uñas y sudor en recuperar este murete que estaba ya muy deteriorado.
El camino de Carraovejas ha estado separado de la ladera homónima por este coto durante, al menos, los últimos 300 años. La historia de este muro levantado con piedras y barro continúan hasta los años 80, ya que las fotografías aéreas de los vuelos encargados por los Ministerios de Agricultura, Defensa y Hacienda entre 1973 y 1986 señalan también la divisoria. Hoy, en su recuperación, se ha mantenido la estructura y materiales originales con las puertas y aperturas que hacían, de este elemento, una línea discontinua. Las piedras del entorno y el barro se han ido colocando manualmente, aunque con ayuda de maquinaria para su transporte, hasta que el secado de la humedad ha conformado una estructura firme. Asimismo, una de las puertas se ha marcado con un dintel con el año de la compra de las primeras hectáreas. Queda aún el trabajo del muro por el camino que separa el área de Vallejos de Carraovejas.
Históricamente, Carraovejas ha sido siempre una buena zona de cultivo de viñedo tanto por la pendiente de ladera como por su exposición. En una zona en la que el riesgo de helada está presente en primavera y en otoño, una ladera con exposición suroeste evitaba, gracias a las corrientes de aire, que las heladas afectaran a los distintos cultivos. Se cree que el nombre de la parcela viene de camino (carra) de las ovejas, ya que este era un lugar clásico de tránsito de ganado ovino que los pastores buscaban para tener unas mejores temperaturas nocturnas. De ahí los distintos restos de hornos de pastores que encontramos en la parte alta de la finca.
En la búsqueda por el incremento de la biodiversidad, la última década se han ido plantando en distintas zonas de la parcela algunas de las especies vegetales que acompañaban este paisaje. Las temperaturas más benévolas en las noches de helada hacían que esta parcela estuviera repleta de almendros. Actualmente, algunos de estos almendros acompañan al viñedo en esta y otras parcelas. Con ellas, la flora, la fauna y la entomofauna de la finca crecen. Y esta biodiversidad nos lleva a una riqueza mayor en el equilibrio de la viña.